Paseo Peatonal Junìn - Medellìn
Catalina Cerquera Arbelàez - Maria Alejandra Echavarria Patiño - Laura Carmona Quinchia - Mariana Gonzalez Osorio
jueves, 17 de mayo de 2012
Reflexión
Todas
las personas que conviven en el mismo territorio y están sometidas a las mismas
leyes deben tener los mismos derechos y deberes". [Kelsen]
Junín
es el centro de convergencia de muchos pensamientos, personalidades y entes del
Estado, ésta combinación es la razón gracias a la cual es posible presenciar
los derechos del ciudadano, tanto su cumplimiento como la carencia de algunos. Estableceremos los
derechos que según nuestra investigación etnográfica nos permite conocer que de
una manera total o parcial se cumplen o se incumplen en lo que se refiere a la
participación del ciudadano en el Paseo Peatonal de Junín.
Después de realizar una observación
participante y algunas entrevista, nos dimos cuenta de que el derecho al lugar se
presencia cada día, debido a que es
posible encontrar todo tipo de personas allí, pero desde la perspectiva de
algunos comerciantes el derecho habitar
en el lugar que deseamos o en este caso a trabajar se ve afectado, debido a
entes del Estado como es el Espacio Público que no permiten que cualquier
persona disponga del lugar para trabajar o buscar el sustento económico de su
existencia. Igualmente según lo planteado por Jordi Borja en “el derecho al espacio público y a la
monumentalidad”, elemento que hace parte del ciudadano que por ende debe ser respetado, lamentablemente en Junin pasa todo lo
contrario, es vulnerado por el mismo gobierno, quienes disfrazan la corrupción
en algo llamado “Espacio Público”; estas personas tratan de mala manera a los vendedores
ambulantes quienes disfrutan respetuosamente de este espacio, violando también
el derecho a la movilidad y a la accesibilidad, ya que solo se les permite
estar en ciertos lugares para vender sus cosas. Junín es testigo de aquellas
personas que se sostienen a sí mismas y
a sus familias con las ventas ambulantes, con las cacetas que consiguen con
tanto esfuerzo, para que en ocasiones sean exiliados solo porque el gobierno piensa que entorpecen
el hermoso paisaje que ellos están construyendo.
Por otro lado todas las
personas tenemos derecho a tener un lugar de esparcimiento ciudadano o derecho
al espacio público, Junín nos brinda esta posibilidad, la opción de disfrutar
de un paseo en el que el comercio es protagonista y en el que se convierte a la
variedad de productos y servicios comercializados en parte de la identidad del
lugar. Unida a la identidad de Junín se puede ubicar el derecho a la belleza,
termino subjetivo, pues según la Estética «la belleza está en el ojo del observador», en este caso se puede fusionar el concepto con los cambios físicos que ha sufrido el lugar; transformaciones las cuales son buenas para algunos, quienes afirman que les parece un cambio favorable que facilitó mas la venta de productos como en el caso del mejoramiento de la calzada y los puntos de venta o casetas, mientras para otros los cambios no son tan agradables, consideran que en las épocas de invierno el agua no es evacuada correctamente, lo que genera malos olores. De cierta manera el ambiente es importante en el ámbito social y gremial, trabajar en un lugar sucio, que huele maluco y feo, no es agradable para nadie, menos para estas personas que trabajan en la calle y que con tanto esfuerzo han levantado sus puestos, esto es atentar con la dignidad de cada individuo.
Junín también vivencia
algunas problemáticas que tienen relación con el derecho a la identidad
colectiva, en el aspecto de la “exclusión”, aunque los vendedores por su parte
no se sienten excluidos por los transeúntes o visitantes del lugar , las
personas si se encargan de excluir a los
llamados habitantes de la calle, evitando mirarlos e ignorándolos. Por su parte los comerciantes que
llevan en este Paseo hasta 20 años se sienten
parte de él y lo reiteran con orgullo.
Encarrilándonos un poco en
el aspecto problemático que presencia Junín
el cual tiene como centro a los habitantes de la calle que por su misma condición
se ven obligados a robar, vale la pena tomar la idea del texto de Jordi Borja,
(espacio público y espacio político) en el que nos da a conocer que “el derecho a la seguridad es un derecho
humano básico al que hoy son especialmente sensibles los sectores medio y
sectores populares, que con frecuencia conviven u ocupan espacios que se
solapan con los territorios y poblaciones que se perciben como violentos o
peligrosos”. Así rescatamos que nuestros entrevistados comentan que se vive una
especie de violencia, conflictos y que el lugar ha cambiado, se ha vuelto peligroso. Entonces ¿Dónde está la seguridad al ciudadano, tanto
para aquellas personas que frecuentan el lugar como para las que trabajan allí?,
lastimosamente otro derecho que no es
cumplido.
Precisamente cuando el
ciudadano utiliza la ciudad como refugio, no se encuentra enterado de que es un
derecho público, y deja en ocasiones que se le irrespete, que abusen de su
condición económica y social, permitiendo que se le saque de este espacio, sólo
por embellecer la ciudad. Como conclusión vale la pena entonces conocer y
reconocer que todo somos parte de un todo, de una ciudad, de una cultura, de
una Medellín cambiante y por ende somos ciudadanos.
Flores entre cemento
“Nuestros padres fueron vendedores de rosas […] y
nosotros fuimos descendientes […] ellos nos enseñaron a trabajar con flores”, son
estas las palabras con las que doña Bertha Ruth Londoño, identifica el origen
de su trabajo actual, por casi más de 20
años esta mujer se ha dedicado a realizar arreglos florales siempre en Junín,
pues ella lo describe como un lugar en el que se ve de todo tipo de personas
“desde los gamines hasta los de cuello blanco”. A sus 63 años ha sido testigo
de los cambios de la ciudad de Medellín, desde su pequeño cajón de venta de
flores ha divisado lo que para ella fue lo mejor que le ha pasado a la ciudad,
refiriéndose al mejoramiento físico que tuvo su sitio de trabajo. Ahora que las
casetas son más bonitas, hacen que Bertha se sienta orgullosa de hacer parte de
uno de los atractivos turísticos principales de la ciudad, las flores. Ese orgullo es el que hace que cada mañana
cuando sube las puertas de su negocio
ella sienta que pertenece a este lugar, que hace parte de él, tanto o más que el Edifico Coltejer.
Su vida se encuentra divida entre la naturaleza de Santa
Elena, lugar donde vive y el caos y violencia que tiene la ciudad, lugar donde
trabaja. Bertha asegura que todo en Junín es bueno excepto la violencia y conflictos, ladrones y habitantes de la calle que en
ocasiones se aprovechan de un descuido de las personas para robarles: “Lo mejor
que se puede hacer con estos jóvenes que duermen en las calles es recogerlos a
todos y llevarlos a un lugar”.
Mientras tanto ella con sus flores busca endulzar
mágicamente la vida de quien por placer
u obligación compra un arreglo florar para su madre, amiga, novia o cualquier
persona que sabe apreciar entre la dura
realidad cotidiana el valor de una flor. Allí en ese rinconcito del largo y sustancioso paseo peatonal de
Junín, doña Bertha nos recuerda a la madre naturaleza; donde todos los días , cada mañana comienza
el proceso de adornar esta jungla de cemento,
de conquistar con sus arreglos a los transeúntes, propios y extranjeros
que por casualidad o rutina pasan por Junín, casi cualquier persona se deja
cautivar por la belleza de una flor, incluso personas que antes no se atrevían
a visitar el lugar debido a su infraestructura
que no era muy agradable, ahora viene orgullosas a comprar una flor, un
ramillete o solo a “chismosear”.
La experiencia más significativa con la cual doña Bertha se siente orgullosa es con el hecho de vender
flores, considera que es una parte de su
existencia que contribuye al
embellecimiento de Medellín; sus ojos se iluminan cuando habla de la flores porque
“estas son un símbolo muy bonito […] para que la gente del exterior mire que
Colombia no es tan mala como se cree, sino que Colombia si es buena” y a la vez
nos permite comprender que en ocasiones
un poco de naturaleza se destaca entre los
corazones de cemento de quienes habitamos en esta ciudad.
Vendedor de dulces y luchador de vida
Don Carlos Antonio
García, señala justo a su derecha, una
caseta elabora de metal que hace que la suya luzca insignificante, el lugar en donde
según él, debería encontrarse en ese preciso momento pero “los de espacio
público le dan esos espacios a los familiares, ”ese espacio debería ser para mí
pero yo no soy familiar de algún espacio público”. A sus 57 años entre tantos
grandes almacenes y centros comerciales, él tiene su “chacita” de dulces donde
con una gran sonrisa en la cara disfruta los oscuros tangos en la soleada tarde
en el pasaje Junín. Con 19 años de
experiencia en su oficio, ha visto cómo ha cambiado, no para bien, este gran
centro de comercio de la ciudad, donde podríamos como consumidores y peatones
del pasaje pensar que todo está en un perfecto orden y armonía, pero que tras
la mirada de un verdadero de Junín hay una historia totalmente diferente.
Refugiándose en este lugar, hace 19 años llego don Antonio
desplazado por la violencia de su pueblo, San Carlos en Antioquia. Inició a trabajar en él, al ver el gran flujo de personas que pasaban
por este lugar y se apegó de inmediato por el recibimiento de los que se
convirtieron en sus colegas y los que hasta hoy son sus clientes: “siempre hay
mucho comercio por este lado y son muy cariñosos […] es un lugar muy sosegado
por la fiesta”
Pero no todo es “color de rosa”, la vida para don Antonio en este lugar ha sido difícil, ya que las personas
encargadas del espacio público lo han hecho sentir de alguna manera excluido. Cuenta
él que gracias a todos los años trabajando en Junín se le asignarían un lugar más cómodo para trabajar,
pero la ilusión se destruyó cuando los únicos beneficiados fueron aquellas
personas familiares de los encargados del espacio público y los vendedores de
flores. “los de espacio público son muy desorganizados, solo benefician a los
familiares, y si uno no está organizado lo echan de aquí […] que no me la daban
porque yo no vendía flores”. Así sin darse cuenta don Carlos Antonio es testigo
y protagonista de la exclusión en los espacios públicos, esa exclusión que te
afecta, te entristece y hasta te cambia la vida, como a él que perdió la
oportunidad de tener un mejor establecimiento donde vender.
Junín al igual que nuestro
protagonista ha cambiado con el tiempo, quizás nosotros los peatones pensamos que el lugar está
más organizado, que a los vendedores se les ha dado un gran beneficio por el posicionamiento
actual pero frente a este tema don Antonio cree que era mucho mejor el lugar en
el pasado: “el piso era más bonito, embaldosado y organizado, esto ahora está
todo feo todo roñoso, tenemos que sacar el agua de las cañadas, por eso cuando
llueve esto se queda solo”. Quizás el Estado se ha preocupado sólo por
“embellecer” las calles y no por mantener un lugar cómodo, creado para todo
tipo de ambientes donde las personas puedan hacer su labor tanto como trabajadores,
consumidores y habitantes del lugar. De
esta manera entre charla y charla se toca un tema que demuestra una problemática
muy importante en toda la ciudad de Medellín: los habitantes de la calle o para
don Antonio “los gamines rateros”. La cantidad de habitantes de la calle que
frecuentan este lugar es alta, lo que hace que los vendedores tengan que estar
muy pendientes de quienes se acercan a su mercancía.
Vale la pena rescatar una anécdota que nos recuerda otro
problema que se vive no solo en Junín, sino quizás en toda nuestra ciudad : “ …
en el 2005 una señora se hizo pasar por la administradora de esto por aquí y empezó
a cobrar vacunitas y a mí eso no me gusta porque darle esas ligas a gente de la
calle es como alimentar la delincuencia, entonces yo le puse una denuncia a la
señora, porque ella va detrás de mí, yo ya voy a cumplir aquí 20 años el 30 de
julio”; esta es la manera como don Antonio, demuestra la honradez
permitiéndonos evidenciar la presencia de personas que se quieren aprovecharse de las personas que de verdad se sudan el
trabajo , de personas que a pesar de su
dura vida, su casi nula formación académica y el vivir en una ciudad a la
fuerza, son seres cultos, respetuosos, responsables y de un gran corazón.
Es lo que tenemos
que aprender día a día de personas como don Antonio, quien como vendedor de dulces, demuestra las
luchas constantes y marcas en su vida que le ha dejado el paseo peatonal de
Junín.
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